La frase es célebre para cualquier habitante de Grand Bourg. Escrita con aerosol en una pared cercana al Bambi, jardín de infantes de cornamenta privada. Imborrable con el paso de los años. Adornada con grafittis posteriores.
¿Les hijes de César vivirían en esa cuadra? ¿Habitarían las salitas del jardín de niñes? Son preguntas válidas. La pregunta no válida es la que se hace César, así como tantos otros hombres que no pagan la cuota alimentaria: ¿Mis hijos comen?
Inicié la demanda por alimentos. El costo no fue sólo material y ya lo material era bastante doloroso para un hogar monomarental en pandemia.
La historia de las familias felices que un día se desarman pero mantienen la buena onda jamás había sido una posibilidad. De ahí a identificar que negarle el sustento a nuestra hija en común era violencia económica hubo varios pasos.
Una serie de frases en el momento indicado me habían hecho caer la ficha. Y la clave fue un ejercicio retórico, un imaginarme cómo sería el mundo si a esas frases las pudiera decir yo: “este mes no puedo”, “no llego”, “tengo muchas deudas”, “si no llegás con la plata, que se quede más días conmigo”.
¿Y si esa es una de las paredes de la casa de César? ¿Y si es su pared, su condena pública? Si es así, ¿quién empuñó el frasco de pintura? Me gusta pensar que si fue la madre de sus hijes, lo hizo a plena luz del día y en compañía de sus amigas.
Las amigas de una mujer que siente culpa por reclamar la cuota alimentaria son a la vez un abrazo y una bofetada de realidad. Tienen la habilidad de conjurar sentencias sagaces que quiebran el miedo. Una compañera de militancia atendió una de mis primeras llamadas. Ella, siempre encendida en la calle, cómplice de los escraches y la acción directa me habló de las ventajas de lo que estaba a punto de hacer para mi salud física y mental. Y ni hablemos de que se trataba de luchar por un derecho de la niña.
¿De dónde sacaste la fuerza? A veces deshago con vos los pasos para la elucubración del plan. Levantarse, cambiar, llevar a la escuela, lavar ropa, ir a trabajar a uno de los tantos trabajos. Al regreso, pasar por la ferretería que está abierta hasta las seis de la tarde. Una pintura negra en aerosol, por favor.
Otra amiga se había encargado de preguntarme cada vez que podía que cuándo iba a ir a hablar con una abogada, que al menos pregunte cuánto me salía. Hasta ese momento había decidido deliberadamente no llevar una cuenta de los gastos fijos del hogar y el dinero disponible para no deprimirme más. No había posibilidad de pensar en abogada porque no estaba el dinero. Mi condición de trabajadora en relación de dependencia descartaba el patrocinio gratuito. Pero otra amiga y su voz en un audio me avisaban de una changa extra. Monotributo, inscripción, deuda, cancelar, acomodar horarios de nuevo. Entre los gastos de ese primer salario anoté: “inicio demanda”.
¿Y César también habrá renunciado a un trabajo registrado para evadir el cobro de la cuota? ¿Pondrá las cuentas y bienes a nombre de otra persona? ¿En que resquicios de la legalidad se habrá amparado, además de en la casa de su mamá?
No todas tenemos la posibilidad de denunciar. Las abogadas me dijeron que la mayoría de los casos se resuelven con arreglos de palabra, aún mucho más vulnerables que las pocas garantías que ofrece en este momento el sistema judicial. Y aun cuando estás adentro, las posibilidades de evasión que genera el sistema en beneficio del varón son numerosas. Y las conocen como si de chiquitos les hubieran dado un manual.
¿Será César de los erráticos? Un mes, si llega, te pasa lo de principio del año pasado. De alguna extraña forma cree que la participación en el cuidado es suficiente si lo ven de vez en cuando.
Cuando le envíe la notificación judicial a mi ex me dijo que seguramente me generaba placer usar las palabras “demanda” y “notificación”. Prefería hablar de mi libido antes que de los años de incumplimiento. Y en esas arremetidas de la impunidad, una se sigue sosteniendo con fuerza de las personas que ofrecen su corazón.
Hace unos meses, otra abogada me decía, entrevistada para la radio, que en contra de la burocracia que se quiere imponer a través del inicio de un expediente judicial, la tarea es buscar soluciones alternativas. Nunca maternamos solas, siempre hay gente que nos ayuda. Los feminismos se construyeron sobre esas solidaridades.
Con algunas amigas pensamos que se podría escribir un libro con las excusas y justificaciones de los irresponsables. Cuando lo analizás en frío, hasta te podés reir de los memes. Cuando te relajás un poco podés pensar en las posibilidades.
Y pensaste que sí, él sí comió y tuvo la seguridad de no pasar hambre. Al otro día caminaste hasta su casa con el aerosol en el bolsillo del saco. No te importó nada, ni la gente mirando mientras iba a hacer las compras, ni la directora del jardín cerrando el portón, ni el bondi que volvía lleno de la estación. Pensaste que era hora de que el barrio se enterara de que ya no debía ser tuya la culpa, ni solamente tuya la responsabilidad de cuidar. Entonces, empezaste por contar lo obvio, para que se prenda fuego de la vergüenza el que no se haga cargo.